El Nuevo Día, miércoles, 13 de mayo de 2015
por Jorge Duany
En febrero pasado, el gobierno cubano reportó 489,929 trabajadores por cuenta propia, el 9.6% de la fuerza laboral. Dicha cifra representa más del triple de la cantidad registrada inicialmente cuando el gobierno autorizó el autoempleo en 1993, en plena crisis económica bautizada como “Período Especial en Tiempos de Paz”. Conocidos popularmente como “cuentapropistas”, miles de cubanos emprendedores han establecido pequeños negocios privados, especialmente en la elaboración y venta de alimentos, el transporte de pasajeros y el arrendamiento de viviendas.
Este es el tema central del valioso libro del economista canadiense Archibald R. M. Ritter y el sociólogo estadounidense Ted A. Henken, “Entrepreneurial Cuba: The Changing Policy Landscape” (Boulder: FirstForumPress, 2015). Los autores se proponen explicar las causas y consecuencias socioeconómicas del auge del trabajo por cuenta propia durante la era de Raúl Castro (2006–2014).
El estudio se basa en entrevistas a profundidad con 60 microempresarios cubanos, completadas entre 1999 y 2009, así como en extensas observaciones sobre el terreno de varios negocios independientes. Su análisis se concentra en tres sectores económicos vinculados a la industria turística: los paladares (pequeños restaurantes familiares), las casas particulares (alquiladas a extranjeros) y los taxis privados, incluyendo los “bicitaxis”, “cocotaxis” y “almendrones”, como llaman los cubanos a los antiguos carros americanos. En el 2010, el gobierno cubano anunció el despido de 500,000 empleados estatales “redundantes” como parte de la “actualización” del modelo económico en la Isla. Al mismo tiempo, fomentó la expansión de empleos en el sector no estatal, muchos de los cuales ya se realizaban clandestinamente.
El número de oficios autorizados para el trabajo por cuenta propia incrementó de 55 en 1993 a 201 en el 2013. El grueso son ocupaciones de servicios poco calificados, como aguador, amolador, barbero, jardinero, limpiabotas, mago, masajista, mensajero, payaso, peluquera y productor de piñatas. A la vez, se sigue prohibiendo el autoempleo en los servicios profesionales y técnicos, excepto profesores de idiomas, música y arte, programadores de computadoras y reparadores de equipos electrónicos y de oficina. Según Ritter y Henken, aún persisten numerosas restricciones burocráticas, desincentivos económicos y obstáculos ideológicos al trabajo por cuenta propia en Cuba. Para empezar, las tasas impositivas mucho más onerosas que para la inversión extranjeramantienen artificialmente el tamaño pequeño de las empresas. Más aún, la estigmatización de los cuentapropistas como “macetas” (adinerados, en el argot cubano) niega la legitimidad del motivo de lucro individual. El discurso oficial ni siquiera utiliza los términos “mercado” o “sector privado” al referirse a las pequeñas empresas independientes, sino al “sector no estatal”. El crecimiento del cuentapropismo tiene implicaciones políticas en Cuba, en tanto permite ensanchar un segmento de la población que no depende del gobierno para su sustento. Asimismo, subvierte algunas premisas claves del gobierno, como el monopolio estatal de los medios de producción, la planificación central, la distribución equitativa de los ingresos y la política de pleno empleo.
Los autores de “Entrepreneurial Cuba” recuerdan que la confiscación estatal de todos los establecimientos comerciales privados a fines de la década de 1960 agravó la escasez de productos básicos, infló los precios de bienes y servicios y deprimió los niveles de vida de la población cubana. La intensa antipatía oficial contra cualquier “timbiriche” (pequeña tienda al aire libre) estuvo vigente hasta principios de la década de 1990. Según los autores, las reformas económicas iniciadas por el gobierno de Raúl Castro han impulsado la recaudación de impuestos, ayudando a subsidiar servicios sociales y estimulando nuevas fuentes de ingresos. Sin embargo, Ritter y Henken recomiendan legalizar el autoempleo en todas las actividades económicas incluyendo los servicios profesionales, reducir los impuestos y aumentar la cantidad de trabajadores empleados en cada empresa. Solo entonces podrá el cuentapropismo desempeñar un papel protagónico en la revitalización de la precaria economía cubana.