Esglobal. 19 marzo 2018
Articulo original: Cambio presidencial en Cuba
El vicepresidente cubano, Miguel Díaz-Canel y el presidente de Cuba, Raúl Castro,
La trascendencia del actual momento político para la isla en cuatro dimensiones: la transición generacional, la llegada de un civil a la presidencia, la separación de las cabezas del partido comunista y el gobierno, y los cambios en las élites cubanas.
El próximo abril se producirá la primera transición intergeneracional presidencial en el sistema político cubano posterior a la revolución de 1959. Raúl Castro, quien ascendió a la presidencia de Cuba con carácter temporal tras la enfermedad de su hermano Fidel Castro en 2006, y con su propio mandato, dos años más tarde, ha dirigido una transformación remarcable de la economía y la política de la isla. Deja un legado inconcluso a su sucesor. Pocas transiciones de liderazgo en la historia de América Latina y los países comunistas han sido tan cuidadosamente diseñadas. Desde ahora hasta el próximo octavo congreso del Partido Comunista de Cuba (PCC) en 2021 corresponderá observar cuán hábil es la elite cubana para ejecutarla.
¿Es esta sucesión presidencial algo más que un cambio de personal? ¿Cómo difiere este traspaso de poder del anterior de Fidel a Raúl Castro en 2006? ¿Qué implicaciones tiene para la política cubana y el curso de las reformas? ¿Se puede esperar algún cambio sistémico como resultado del reemplazo del octogenario Raúl Castro por un líder cercano a los 58 años? Este artículo discute la trascendencia del cambio presidencial cubano que se avecina en cuatro dimensiones: la transición generacional, el primer ascenso de un civil a la presidencia desde 1976, la primera separación de las cabezas del PCC y el gobierno en el sistema político postrevolucionario, y la circulación de las redes de influencia y patronazgo al interior de las elites cubanas como resultado de la llegada al Ejecutivo de un nuevo equipo.
El cambio generacional. En su libro Political Order in Changing Societies, el politólogo estadounidense Samuel Huntington definió el traspaso intergeneracional del poder como la prueba última de la capacidad de un orden político de reproducirse. Ese es el reto mayor del paso de la presidencia del liderazgo que llevó a las guerrillas castristas al poder en 1959 a otras generaciones, nacidas dentro del sistema político desovado por la revolución cubana. Las nuevas elites postrevolucionarias comparten valores nacionalistas con sus antecesores pero han estructurado sus convicciones, intereses, valores y privilegios en torno a experiencias distintas en las últimas seis décadas.
El castrismo original se forjó en la guerra revolucionaria y la toma autónoma de posiciones en torno a la decisión fidelista de adoptar el comunismo como ideología garantizadora del triunfo nacionalista contra la hostilidad estadounidense. Sus herederos han ascendido al poder, no contestando ni compitiendo contra el poder establecido, sino por su lealtad, obediencia y capacidad burocrática para implementar las políticas que los hoy octogenarios les dictaron. En algún momento de la próxima década, esa nueva generación tendrá que abrir su propio debate, no en términos de lo que hubiesen querido Fidel Castro o Che Guevara, sino sobre las políticas óptimas para lidiar con realidades muy distintas a las de la Guerra Fría que sus padrinos ideológicos enfrentaron.
Algunos de los nuevos líderes han combinado distintas funciones a lo largo y ancho del sistema (dirigentes de la Unión de Jóvenes Comunistas (UJC), primeros secretarios del PCC en diferentes provincias, miembros de su secretariado, jefes o segundos jefes de departamentos en el Comité Central, ministros en varias carteras o secretarios en los consejos de Estado y de ministros, militares de diverso rango). Tal multiplicidad de roles y el papel tutelar ejercido en la promoción de otros dirigentes hoy en niveles intermedios, le confiere a esos burócratas una base política más allá de una o dos instituciones específicas. Sin embargo, ninguno de ellos, incluido Díaz-Canel, quien es el mejor situado por su variada trayectoria institucional y geográfica, tiene una penetración social, prestigio y base de poder equivalente a sus predecesores Fidel y Raúl Castro. Por tanto, nadie en las nuevas generaciones de líderes puede aspirar a una presidencia con el mando que los hermanos Castro usaron.
A partir de esa realidad, se aventura el reto de la consolidación de un liderazgo colectivo, ya ensayado en la etapa raulista. Es en esa nueva institucionalidad postotalitaria, con pluralismo burocrático, menor movilización de masas y un leninismo menos rígido donde descansa la probabilidad realista de una acentuación de las reformas. El nuevo presidente necesitará una gestión colegiada, sensible a la discusión de políticas públicas entre personalidades o facciones dentro de la elite partidista. El cambio de políticas públicas se relaciona no solo con el relevo generacional sino también con el fin inevitable del modelo carismático de “Fidel al timón”, reformado pero no abandonado del todo en la presidencia de su hermano menor.
La política cubana del último lustro anticipa al ingeniero Miguel Díaz-Canel como el probable presidente cubano después de abril. Las evidencias de su trayectoria política, como zar provincial partidista en Villa Clara y Holguín, o su paso por el ministerio de Educación superior y la primera vicepresidencia, perfilan a Díaz-Canel como un modernizador dentro de los cánones leninistas del sistema vigente. El balance de poder que hereda, con Raúl Castro como actor de veto desde su permanencia en la primera secretaria del PCC hasta 2021 y mientras viva por su rol revolucionario fundador del PCC y las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR), la hostilidad anticipada por Estados Unidos bajo Donald Trump y los propios intereses de elite que representa, empujan a Díaz-Canel a la cautela. En la escala de James MacGregor Burns es de esperar un líder transaccional. A diferencia de uno transformador, estos líderes coordinan soluciones incrementales a los problemas, pero no se propone una transformación sistémica.
Un civil a la presidencia. La transición anuncia el ascenso de un civil a la primera magistratura. Es una movida simbólica hacia el ideal republicano de subordinación del fuero militar a las autoridades elegidas. Sin experiencia notable ni una base de poder en las FAR, Díaz-Canel como nuevo presidente de Cuba dependerá del respaldo de Raúl Castro y de la legitimidad institucional que la presidencia le confiere.
Díaz-Canel no es ajeno al poder de los cuerpos castrenses pero no viene de sus filas. Después de graduarse en la Universidad Central de las Villas, el actual primer vicepresidente sirvió por dos años como teniente en los cuerpos armados. En su condición de primer secretario del PCC, Díaz-Canel sirvió como presidente del consejo de defensa provincial en Villa Clara y Holguín. Desde allí interactuó con el alto mando en dos regiones militares de las tres en las que está dividida Cuba, el Ejército Central, con sede en Matanzas, y el Ejército Oriental, llamado también el “señor ejército”, con sede en Holguín. El tiempo que sirvió en las dos provincias, su liderazgo partidista coincidió tanto con los generales Espinosa Martín y Quinta Sola, hoy en el alto mando nacional, como con sus relevos, y hoy jefes de Ejército, los generales Onelio Aguilera Bermúdez y Raúl Rodríguez Lobaina, a medio camino entre su generación y la de los fundadores.
Esos contactos mitigan pero no resuelven el déficit de previo control de la maquinaria de seguridad nacional, asiento hoy del poder último en el sistema político cubano, que adolecerá el nuevo presidente. En el caso de los hermanos Castro existía una jerarquía establecida tanto sobre el PCC como sobre las FAR y el ministerio del Interior. Díaz-Canel será como “un primero entre iguales”. Tendrá que afianzar su liderazgo institucional encabezando el PCC y contar con que Raúl Castro juegue un papel estabilizador, de respaldo a la autoridad nominal del Partido sobre las FAR. El próximo paso, si se trata de apostar por un líder en la cúspide que empuje la reforma, es lograr que el octavo congreso del PCC elija a Díaz-Canel su primer secretario.
Ese camino a la concentración de poder en una sola persona como garante de la supervivencia del sistema parece contradictorio a los casos exitosos de sobrevivencia socialista en el este de Asia con liderazgo colectivo y el contra-ejemplo de poder desmontador desde el centro exhibido por Mijaíl Gorbachov en la URSS.
Separación de funciones del PCC y el Estado cubano. Después del traspaso de la presidencia, Raúl Castro puede permanecer al frente del PCC hasta su octavo congreso en 2021. Tal dinámica abre un interinato en el que por primera vez desde la adopción de la Constitución de 1976 se separan la autoridad presidencial en el consejo de Estado y de ministros del máximo liderazgo del PCC. Se abre la interrogante si tal situación puede contribuir a clarificar institucionalmente las funciones, contrapesos y controles entre el gobierno y el partido.
Una variante institucional sería una enmienda al artículo 74 de la Constitución de 1976, separando la presidencia de los consejos de estado y de ministros. Tal cambio podría permitir que el presidente del Estado y la primera secretaria del PCC se mantengan en una persona, mientras la presidencia del gobierno, y por ende la responsabilidad en la promoción diaria de la reforma se ubique en un primer ministro, a la manera china. Una diferencia importante es que en el caso cubano, Díaz-Canel tomaría las riendas del Estado primero que las del partido comunista, cuando en el gigante asiático ha ocurrido desde 1989 en un orden reverso.
Queda por ver si la separación entre la presidencia y el liderazgo del PCC puede estructurar una victoria sobre el último obstáculo a una transición intergeneracional suave: el retiro por edad o límites de términos de mandato del grupo octogenario que ha acompañado a los Castro en toda su vida política. Esa gerontocracia, empezando por Machado Ventura y Ramiro Valdés, ha mostrado un apego por las “mieles del poder”-para usar la expresión fidelista– sin parangón en la historia cubana. Si Raúl Castro no los retira, continuarán obstaculizando la implementación de reformas urgentes.
La recirculación de las elites. La llegada de un nuevo equipo a los niveles superiores del gobierno, y eventualmente del PCC en 2021, implica una circulación de las redes de tutela y promoción ejercidos por los máximos líderes gubernamentales sobre grupos y personalidades subalternas dentro del Estado-partido. Al cambiar esas personalidades, por lógica humana, habrá quien tenía más acceso a Fidel y Raúl Castro, que no lo tendrá a Díaz-Canel y el equipo que lo acompaña.
Este cambio en la distribución de influencias a partir de la transición presidencial es de los más opacos, pero a la vez más importante en áreas como la respuesta ante el avance de la corrupción. El unipartidismo cubano no se estructura a partir de un pluralismo de camarillas o facciones al estilo de partidos dominantes como el PRI y el Kuomintang. Como es casi imposible develar los datos claves de esas redes informales de patronazgo al interior de las elites cubanas, me limito a plantear preguntas y aventurar algunos hechos y tendencias.
¿A qué grupos o redes sociales de influencia política favorecerá el ascenso de Díaz-Canel y el equipo que apunta a tomar las riendas del Estado cubano? ¿Qué es lo que esos grupos quieren? ¿Cuáles son sus valores e intereses? ¿Qué lugar en su jerarquía de preocupaciones tienen la defensa de los privilegios monopólicos de grupos corporativos estatales como GAESA, CIMEX o Cubanacan frente a otras metas como la protección de los consumidores cubanos? ¿Qué poderes preservarán los que se retiran y sus protegidos? ¿Aligeraran o aumentaran el fardo fiscal y político de la actual situación de reforma parcial y gradualismo excesivo?
Las preferencias de tres grupos dentro de la política cubana han prevalecido en las dinámicas institucionales post Fidel: los zares provinciales partidistas, el alto mando militar y los gerentes del nuevo sector corporativo. El haber ascendido paso por paso en la economía política del sistema cubana debe servirle a Díaz-Canel para identificar a quienes, dentro de esos generales, gerentes y dirigentes partidistas, debe atraer a su lado, o por lo menos no cruzarse en su camino. Una importante decisión política para el nuevo equipo es presentar muchos de los retos de la transición económica e inserción en un mundo global (acceso a Internet, por ejemplo) no como amenazas sino como oportunidades.
Por último, sería un error fatal concebir la política cubana como un juego de elites. Las reformas de Raúl Castro han provocado cambios relevantes en la sociedad cubana y en su relación con el Estado. Las expansiones de las libertades religiosas y de viaje, el derecho a tener propiedad privada y el acceso incremental a Internet han desatado dinámicas de empoderamiento y pluralización en la sociedad que no son reversibles. Sin la retórica mágica de Fidel Castro ni la legitimidad de fundador del proceso que ha gozado Raúl Castro, el nuevo equipo de gobierno está forzado a mostrar un desempeño eficaz en promover desarrollo económico y bienestar.