THE CLINIC, 21 de Julio, 2021
Por Arturo López-Levy
*Arturo López-Levy es doctor en estudios internacionales por la Universidad de Denver, y master en relaciones internacionales y economía por las universidades de Columbia (NYC) y Carleton (Ottawa). Se especializa en Cuba, Latinoamérica y política estadounidense.
Para explicar las protestas en Cuba del domingo 11 de julio empecemos por lo que es conocido: la economía y la pandemia. Los manifestantes cubanos no son distintos de los de otros países latinoamericanos. Están asustado y hambrientos por la subida de los precios y carencias de alimentos. Están ansiosos y angustiados por la incertidumbre sobre cuándo terminará la pandemia. Lo sorprendente es que no se haya roto el cántaro después de tantos meses llevándolo a la fuente.
Las raíces
La isla ya venía renqueando por décadas con una crisis estructural del modelo estatista, remendado de vez en vez con algunas aperturas al mercado que en ausencia de una transición integral a una economía mixta orientada al mercado solo producían reanimaciones parciales. Esos cambios segmentados creaban islotes de mercado que demandaban más reformas que el gobierno cubano trataba con la lentitud del que tiene todo el tiempo del mundo. La reunificación monetaria y cambiaria, proclamada como necesaria desde finales de los años noventa, no ocurrió hasta 2020, en el peor momento, en medio de la pandemia.
Por otra parte, la pandemia no solo ha sembrado muertes, y destrucción económica, sino también el miedo y la incertidumbre en una población desesperada que no ve cuando la angustia de vivir en el límite termina. A pesar del conocimiento sobre su deterioro, la población cubana actuó confiada en la capacidad de su sistema de salud en tanto este contuvo el avance del virus y avanzaba en la experimentación para vacunas propias. El hechizo, sin embargo, se deshizo cuando en el último mes se dispararon los casos.
A pesar de un sistema de salud de cobertura universal y su relativo desempeño positivo, información a la población y liderazgo apegado a criterios científicos, la pandemia terminó por exponer con crudeza el mayor problema para el sector de bienestar social cubano: sin una economía que lo respalde ese sistema de salud estará siempre a merced de una crisis que agote sus recursos. Cuba es el único país latinoamericano capaz de producir dos vacunas propias. A la vez su campaña de vacunación ha tenido notables retrasos para implementarse por falta de fondos para comprar sus componentes y otros elementos relacionados. Paradójico.
Las protestas del domingo indican un hartazgo en el que concurre mucha insatisfacción con la arrogancia y gestión gubernamental. Pero ingenuo sería ignorar que el contexto de las sanciones ilegales, inmorales y contraproducentes de Washington contra Cuba han hecho el problema difícil de la pandemia, casi intratable. El lema de “la libertad” suena muy rítmico pero detrás de los que rompen vidrieras, vuelcan perseguidoras, y la emprenden a pedradas contra las autoridades hay mucho del “hambre, desesperación y desempleo” que pedía Lester D Mallory para poner a los cubanos de rodillas.
La pandemia y su impacto económico son los factores que determinan la coyuntura. Son la última gota. Pero en la raíz de las causas que originan la protesta hay factores estructurales que llenaron la copa para que se derramara. Entre esos factores, dos son fundamentales. Primero, el desajuste de una economía de comando nunca transformada a un nuevo paradigma de economía mixta de mercado, atrapada en un nefasto equilibrio de reforma parcial; y segundo, un sistema de sanciones por parte de Estados Unidos que representa un asedio de guerra económica, imposible de limitar al concepto de un mero embargo comercial.
América Latina ante Cuba
Ninguna región del mundo ha sido golpeada por la epidemia de covid-19 como América Latina. Lo sucedido en Cuba tiene características propias pero ya no se trata de la excepción que fue. En términos económicos, quitando el factor estructural del bloqueo norteamericano por sesenta años, Cuba se parece cada vez más a un típico país caribeño y centroamericano con una dependencia notable del turismo y las remesas. En términos de desgaste, la protesta indica a la élite cubana que, pasada la fase carismática de los líderes fundadores, en especial Fidel Castro, la revolución es en lo esencial, una referencia histórica.
El espíritu de la revolución sigue presente en tanto el actual régimen político atribuye su origen al triunfo de 1959, y Cuba sigue siendo objeto de una política imperial norteamericana de cambio de régimen impuesto desde fuera. Fuera de esos dos espacios específicos, particularmente el segundo, todo el manto de excepcionalidad y las justificaciones para evadir los estándares democráticos y de derechos humanos se han agotado. El gobierno de Cuba está abocado, a riesgo incluso de provocar su colapso histórico, a emprender reformas sistémicas de su paradigma.
Se trata de construir un modelo de economía mixta viable en el cual se mantengan las conquistas de bienestar social con un estado regulador, redistribuidor y empresario. En lo político, eso implica un aterrizaje suave y escalonado en un modelo político mas pluralista donde al menos diferentes fuerzas que rechacen la política intervencionista estadounidense puedan dialogar y competir. Una cosa es rechazar que Estados Unidos tenga derecho a imponer a sus cubanos favoritos, otra es asumir ese rechazo como un respaldo a que el PCC nombre a los suyos con el dedo.
Es desde esa realidad, no desde simplismos unilaterales que niegan la agencia del pueblo cubano o el fardo estructural del bloqueo norteamericano que una política latinoamericana progresista puede y debe estructurarse. Las élites cubanas han estado trabajando desde un tiempo atrás (el VI congreso del PCC en 2011) en un modelo de transición más cercano a las experiencias china y vietnamita, de economía de mercado con partido único, que a cualquier precedente occidental. Tal paradigma en lo político rivaliza con los estándares de legitimidad política en la región latinoamericana, donde el derecho a la libre asociación, la expresión y la protesta pacífica van mucho más allá que una simple democracia intrapartidaria leninista.
De igual modo, el paradigma de democracia pluralista hace aguas cuando se pretende defender los derechos humanos desde dobles estándares o la ingenua ignorancia del rol de los factores internacionales y las asimetrías de poder. Discutir sobre la democracia en Cuba sin mencionar la intromisión indebida de Estados Unidos en maridaje con la derecha anticomunista y la violación flagrante, sistemática y masiva de derechos humanos, que es el bloqueo, equivale a conversar sobre Hamlet sin mencionar al príncipe de Dinamarca. En Miami, los sectores de derecha pro-bloqueo defienden los derechos humanos martes y jueves, mientras el resto de la semana crean un ambiente descrito por Human Rights Watch en el informe “Dangerous Dialogue” como “desfavorable a la libertad de expresión”. En terminos de transicion a un sistema politico cubano mas abierto, con actores de tan malas credenciales, es imprescindible un proceso pacifico, gradual y ordenado. Esos adjetivos son tan importantes como el proceso mismo.
No solo la izquierda radical, sino importantes componentes moderados de la diáspora cubana y alternativas democráticas dentro de la intelectualidad y la sociedad civil cubana han expresado decepción por segmentos de la comunidad de derechos humanos, como Amnistía Internacional, por su falta de trabajo sistemático en la denuncia del bloqueo norteamericano contra Cuba. Si un opositor de derecha, conectado a la política imperial de cambio de régimen, es detenido en Cuba, la directora Erika Guevara Rosas otorga un seguimiento permanente a su caso. Sus denuncias a la política imperial de bloqueo no lo catalogan como violación sistemática de derechos. Ocurren de vez en vez, y enfatizando que es una excusa del gobierno cubano que debe ser eliminada. ¿Por qué no protestaba cada vez que Trump implementó una nueva sanción que afectaba el derecho de salud, el de educación, y otros más, incluidos los de viaje, de cubanos y estadounidenses?
Las protestas contra el gobierno que salió de la revolución representan un reto para la discusión del tema Cuba en América Latina que solo podrá madurar desde el entendimiento de su complejidad, sin simplismos ni falsas analogías. En primer lugar, Cuba vive un conflicto de soberanía con Estados Unidos, que marca estructuralmente su vida política y económica. Nadie que quiera contribuir a una solución constructiva de los temas cubanos, latinoamericana para problemas latinoamericanos, puede ignorar ese fardo. La OEA, por ejemplo, es un escenario minado a evitar pues ha sido un instrumento de la política de acoso y aislamiento. Se necesita una visión del siglo XXI, desde la autonomía latinoamericana ante los grandes poderes, incluyendo Estados Unidos, que admita la pluralidad de modelos de estado y desarrollo, sin imponer moldes neoliberales.
No solo la izquierda radical, sino importantes componentes moderados de la diáspora cubana y alternativas democráticas dentro de la intelectualidad y la sociedad civil cubana han expresado decepción por segmentos de la comunidad de derechos humanos, como Amnistía Internacional, por su falta de trabajo sistemático en la denuncia del bloqueo norteamericano contra Cuba.
En lugar de reeditar los conflictos de guerra fría, esa visión de pluralismo ideológico pondría en el centro de la acción una perspectiva respetuosa de la soberanía cubana, pero concebida de un modo moderno, más allá de la mera defensa de la no intervención. Cuba vive en una región donde la protesta de todos los estados no ha sido capaz de hacer a Estados Unidos entrar en razones sobre la ilegalidad del asedio contra la isla. Exigir una elección pluripartidista en Cuba ignorando las sanciones equivalentes a una guerra económica, donde se violan consideraciones de derecho humanitario, es otorgar a la derecha cubana una ventaja que nunca ha merecido. Como los Borbones franceses, los que se plegaron a la invasión de Bahía de Cochinos, asesinaron a Orlando Letelier, y han construido un enclave autoritario en las narices de la primera enmienda de la constitución norteamericana, no olvidan ni aprenden nada.
A su vez, América Latina es una región que ha cambiado, donde traficar con excepciones al modelo de la Declaración Universal de Derechos Humanos es inaceptable. Claro que hay pluralidad de implementación y argumentos de emergencia sobre las que los estados erigen desviaciones más o menos justificadas. Pero el paradigma de un sistema unipartidista leninista que castigue la protesta pacífica por rivalizar con el supuesto rol dirigente del partido comunista es incompatible con la premisa central de que la soberanía está en el pueblo, la nación, no en partido alguno. Una cosa es argumentar que, en condiciones específicas de emergencia, decretadas acorde al modelo de la Declaración Universal, algunos derechos pueden postergarse. Otra, e inaceptable, es el pretexto de una “democracia” unipartidista que no puede ser tal sin libertad de asociación. Partido, recordemos, viene de parte.
Arturo López-Levy