Pedro Monreal
Alicia le pregunta al Gato de Cheshire, ¿podrías decirme, por favor, qué camino debo seguir para salir de aquí?
-Esto depende en gran parte del sitio al que quieras llegar – dijo el Gato.
-No me importa mucho el sitio… -dijo Alicia.
-Entonces tampoco importa mucho el camino que tomes – dijo el Gato.
– … siempre que llegue a alguna parte – añadió Alicia como explicación.
– ¡Oh, siempre llegarás a alguna parte – aseguró el Gato -, si caminas lo suficiente!
Alicia en el país de las maravillas, Lewis Carroll.
La actualización del modelo económico en Cuba, valorada por su efecto sobre los indicadores económicos claves parece ser, hasta ahora, un proceso intrascendente. Juzgada con severidad, pudiera considerársele como un fracaso; evaluada con benevolencia, pudiese ser vista como una asignatura pendiente. Las tasas de crecimiento del Producto Interno Bruto (PIB) durante los tres años posteriores a la aprobación official del proceso, que no han logrado superar el 3% anual, no proporcionan la “velocidad de despegue” que requiere la recuperación del escenario macroeconómico, ni aseguran el progreso del bienestar material de la población(1).
Pudiera argumentarse que se requiere de más tiempo, pero tres años es un plazo razonable para juzgar un programa económico gubernamental. En muchos países, cuatro años es el tiempo máximo del que dispone un gobierno para dejar su impronta en la economía de una nación. Parecería prevalecer, sobre todo desde la perspectiva de los economistas, el supuesto de que el futuro político del país depende del éxito o del fracaso de la actualización. Si se parte de esa premisa, las perspectivas no parecerían ser halagüeñas para el Gobierno cubano; pero: ¿qué consecuencias tendría para el análisis de la situación cubana la posibilidad de que tal supuesto no fuese válido?
Supongamos que existiese la eventualidad de que el éxito del programa del Gobierno hasta el año 2018 –momento que parece ser crucial para el futuro de Cuba- no se apoyase esencialmente en la actualización del modelo económico sino en una reforma del Estado mucho más amplia que, de manera general, estuviese produciendo resultados plausibles. Esa es una dimensión en la que las posibles relaciones de causa y efecto entre programa y resultados parecerían ser más sugerentes. Después de todo, conindependencia de las insuficiencias de la actualización, y más allá de cualquier consideración doctrinal que pudiera tenerse sobre el actual modelo de Estado cubano, resulta evidente que la medición de la principales variables políticas del país –cualquiera sea la “métrica” que se utilice- no permite validar una conclusión alarmista respecto a la relativa estabilidad y resolución del Estado cubano, aún en medio de una situación económica que, a duras penas, logra alcanzar el estatus de reproducción simple.(2) No estoy diciendo que no existan áreas problemáticas de gobernabilidad en Cuba ni que las cosas no pudiesen cambiar en el futuro, pero lo que parece relevante subrayar ahora es un dato de la realidad actual de Cuba: existe una desconexión visible entre los resultados económicos del país y la materialización de una rearticulación de la capacidad del Estado cubano que le permita seguir ejerciendo, sin mayores sobresaltos, aquello que –definida de manera un tanto cruda- es la esencia del poder: la capacidad de ejercer “el mando”, la posibilidad de imposición de una voluntad sobre otra, aún contra la Resistencia de la segunda(3). El poder político es esencialmente eso. Cualquier intento de edulcorarlo, a la larga, resulta fútil (4).
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