Mauricio De Miranda Parrondo 17 junio 2021
En días recientes, autoridades cubanas anunciaron que a partir del 21 de junio no se recibirían depósitos de dólares estadounidenses en efectivo en las cuentas en moneda libremente convertible (MLC). La razón argumentada se refiere a las sanciones económicas impuestas por el gobierno de Estados Unidos y su agudización poco antes del fin de la administración Trump.
Habría que recordar no obstante que Cuba tiene prohibido operar en dólares estadounidenses desde inicios del embargo, a comienzos de los sesenta, y a pesar de ello ha persistido en el uso de esa divisa como principal moneda de reserva. Incluso, las últimas decisiones relativas a la unificación cambiaria la ratifican como referencia del nuevo tipo de cambio unificado, para lo cual se ha definido un anclaje nominal del peso cubano.
La medida ha sido controvertida, tanto por el momento de su adopción como porque en el fondo no soluciona ninguno de los principales problemas que afectan a la economía insular. Pese a ello, varias autoridades han afirmado que esta decisión se adopta «en defensa de la economía cubana». Me permito discrepar, una vez más, de las opiniones vertidas por algunos dirigentes respecto a cuestiones de política económica. En cualquier caso, es una medida insuficiente para tal propósito.
Las debilidades de la economía resultan de una combinación de problemas estructurales, políticas erróneas adoptadas por el gobierno a lo largo de seis décadas —con graves efectos acumulativos— y de las sanciones económicas impuestas por Estados Unidos durante años. Los efectos de estas últimas están fuera del control de Cuba, puesto que solo el Congreso de ese país puede removerlas. Las dificultades estructurales, sin embargo, dependen de su condición de nación subdesarrollada, agravada por los errores de las políticas económicas.
A esto debe añadirse que la soberanía nacional, planteada como meta por el proceso revolucionario, no ha podido alcanzarse realmente en la esfera económica. La dependencia que Cuba tuvo respecto a Estados Unidos por varias décadas, fue reemplazada por una no menos profunda a la Unión Soviética.
Cuando este último país se desintegró, la Isla debió enfrentar la crisis económica más profunda de toda su historia, en la que el Producto Interior Bruto (PIB) acumuló una contracción de casi un 35% entre 1990 y 1993. Los efectos de esa crisis no han sido superados plenamente, sobre todo en lo que se refiere a la industria y a la agricultura.
A partir de la victoria del chavismo en Venezuela en 1999, la economía cubana reprodujo con aquel país una relación de dependencia parecida a las anteriormente mencionadas, con la particularidad de que las necesidades de combustible y otros bienes provenientes del país suramericano —aún nuestro principal suministrador de importaciones— eran más que compensadas por la exportación de servicios médicos y profesionales.
Como es sabido, Venezuela viene arrastrando una profunda crisis económica que se expresa en variaciones negativas sucesivas de su PIB entre 2014 y 2020, para un comportamiento anual promedio de -18,9% en el período. Especialmente duros han sido los años 2019 y 2020, en los que su economía se contrajo 35% y 30% respectivamente (IMF, 2021).
En las condiciones actuales, la economía cubana está enfrentando una profunda crisis, agudizada por la pandemia del Covid-19 y los efectos del recrudecimiento de las sanciones económicas por la administración Trump. Sin embargo, el origen de esta crisis no depende de esos dos hechos. En 2019, el PIB tuvo una contracción de 0,2% respecto a 2018, el consumo de los hogares se contrajo en 1,3%, las exportaciones de bienes y servicios en 4,6% y las importaciones en 2,9% (ONEI, 2020).
La sensibilidad de la economía cubana a los choques externos continúa siendo muy alta, y la crisis venezolana tiene efectos contraccionistas en tal sentido.
Después del deterioro de los noventa, el gobierno cubano apostó por reinsertar al país en la economía mundial como proveedor de servicios turísticos. El turismo se convirtió así en prioridad estratégica, ha venido captando un volumen considerable de inversiones y su importancia creció significativamente en los ingresos en divisas.
En 2019, dicho sector aportó el 20,9% de ese tipo de ingresos y superó la sumatoria de las exportaciones de bienes, que solo representó el 16,3% del total. A falta de datos más precisos, el resto fue aportado, esencialmente, por las exportaciones de servicios profesionales y las remesas, lo cual constituyó un total de 7.925 millones de dólares.[1]
sistemático de los sectores industrial y agrícola, cuyos niveles de producción se mantienen, en gran parte de los rubros, por debajo de los alcanzados en 1989.
En 2019, por ejemplo, se produjo solo un 29,9% del azúcar que se obtenía tres décadas antes, 69,8% de los alimentos, 85,9% del tabaco, 7% de los productos textiles, 15% de las prendas de vestir, 9,3% de artículos de cuero, 34,1% de los productos de madera, 4,3% de fertilizantes, 27,1% de materiales de construcción, 12,4% de productos de caucho y de plástico, 1,9% de maquinarias y equipos, 15,8% de maquinarias y aparatos eléctricos, 0,1% de equipos de transporte, 88,1% de sustancias y productos químicos, 48,6% de equipos y aparatos de radio, televisión y comunicaciones.
En los únicos rubros en que superó la producción de 1989, fue en la elaboración de bebidas, con un 113,5%, y en la de muebles, que alcanzó el 179%. El índice general de volumen de la producción industrial en 2019 respecto a 1989 fue de solo 61,3 (ONEI, 2020) y no es que ese año fuera el de mejor desempeño para la industria cubana.
De acuerdo con estadísticas de la ONEI, el sector agropecuario presenta incrementos en 2019 comparados con 1989 en la producción de: frijoles (753,7%), maíz (425,4%), viandas (174,4%), tabaco (66,2%) y otras frutas (211,1%); así como en la carne de cerdo (207,6%) y de huevos (11,3%). Mientras, ha disminuido la existencia de cabezas de ganado (77,5%), la producción de carne de aves (40,9%), carne bovina (48,5%), leche de vaca (55,4%), arroz (73,1%), cítricos (8,1%) y hortalizas (61,7%).
En gran medida, estos desempeños sectoriales son resultado de la combinación de dificultades externas de la economía con una serie de fenómenos internos, entre los que pueden mencionarse: fallas en la planificación, insuficiencias organizativas en la actividad empresarial, escasos estímulos económicos a los productores, errores de política económica causados por el excesivo voluntarismo en la toma de decisiones e inexistencia de mecanismos de control a la gestión del gobierno por parte de la sociedad.
Aún no se dispone de toda la información para 2020, no obstante, se informó oficialmente que el PIB se contrajo un 11,3% respecto a 2019. The Economist Intelligence Unit estimó que la producción industrial se redujo un 11,2%, mientras que la agropecuaria lo hizo un 12,0%; en tanto, el déficit fiscal llegó a representar un 20,1% del PIB. Estas cifras preliminares denotan una muy difícil situación macroeconómica.
Así las cosas, para defender la economía cubana es necesario adoptar una serie de medidas que superen ampliamente el alcance de una disposición marginal como es la suspensión de depósitos de dólares en efectivo en los bancos de la Isla.
Para proteger la economía de la nación, es imprescindible tomar medidas que permitan la recuperación de la industria de su actual colapso y obsolescencia tecnológica, que impulsen la recuperación de los sectores agropecuario, pesquero y del transporte; que desarrollen la infraestructura, rescaten la industria azucarera, diversifiquen e incrementen los rubros exportables, reduzcan la excesiva dependencia externa y fortalezcan la soberanía del peso cubano como moneda nacional, respaldada por una economía en crecimiento.
El desarrollo económico no se garantiza con fórmulas propagandísticas, ni puede asegurarse con el simple deseo de que se produzca. Es imperativo crear las condiciones institucionales y un clima de negocios que favorezca apuestas de inversión, no solo por parte del Estado sino también del sector privado aún incipiente, junto a la inversión extranjera directa (IED).
Esta última es imprescindible, porque el país no cuenta con fuentes suficientes de acumulación de capital y el incremento del endeudamiento no puede ser una opción a considerar. Las posibilidades que brinda el sector privado para constituir microempresas, pequeñas y medianas empresas industriales, agropecuarias y de servicios son inmensas.
Mientras tanto, el peso podría anclar su tipo de cambio al euro o a una canasta de monedas que reduzca la influencia del dólar en la determinación del valor nominal de la moneda cubana en términos de monedas extranjeras. Adicionalmente, debiera modificarse la estructura de las reservas internacionales del país, eliminando los dólares estadounidenses de las mismas o reduciendo sustancialmente su participación.
Una medida de realismo económico sería la rectificación del error cometido por las autoridades cubanas al establecer una sobrevaluación del peso cubano en su tipo de cambio unificado. La sobrevaluación de una moneda tiene efectos nocivos en la economía de cualquier país, porque reduce la competitividad de su sector exportador, abarata injustificadamente las importaciones y no permite que la tasa de cambio actúe como válvula de escape de la presión que representan los desequilibrios externos.
En tanto no se creen las condiciones para que se produzcan más bienes industriales y agropecuarios; mientras no se dinamicen la construcción, el sector de los transportes, las comunicaciones, los servicios comerciales y profesionales; si no se alcanzan tasas de ahorro e inversión que realmente impulsen el crecimiento; la economía cubana seguirá siendo extremadamente vulnerable y la soberanía nacional profundamente comprometida. Los malabarismos cambiarios no resuelven esos problemas.
El Estado cubano no cuenta con los recursos necesarios para asegurar semejante tarea económica. El gobierno puede seguir anclado en su idea fija respecto a que la planificación centralizada sea el principal mecanismo de asignación de recursos, o que la propiedad estatal continúe dominando el sistema económico; de hacerlo fracasará una vez más, porque lejos de propiciar el mejoramiento del bienestar de la sociedad, profundizará el actual estancamiento.
No pueden perderse de vista las consecuencias políticas de los errores en las decisiones económicas. Llegados al punto actual, no existe otra opción posible para Cuba que no sea estimular el desarrollo de los sectores privado y cooperativo, sin camisas de fuerza, con la convicción de que en su desarrollo contribuirán significativamente —ellos sí—, a la defensa de la economía cubana; así como crear las condiciones para que se incremente la inversión extranjera directa en sectores que puedan conectar la producción nacional con cadenas productivas globales.
En este proceso, el papel regulador de un Estado democrático es de valor inestimable, para evitar los fallos del mercado, sin restringirlo, y para crear las condiciones que permitan utilizar instrumentos fiscales en la redistribución de recursos con criterios de justicia social.
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Referencias.
IMF (2021) World Economic Outlook Database.
ONEI (2020) Anuario Estadístico de Cuba, 2019.
The Economist (2021) The EIU Intelligence Unit Report.
[1] Cálculos con base a ONEI (2020)